Trotsky vive en la democracia directa, que reaparece en cada una de las rebeliones obreras y populares que enfrentan al capitalismo
Por Ernesto Buenaventura
El 20 de agosto de 1940 un sicario español reclutado por el stalinismo, Ramón Mercader, golpeó con un pico de escalador la cabeza de León Trotsky, causándole heridas gravísimas que le provocaron la muerte un día después. Con ese golpe artero, el enterrador de la revolución rusa le asestó un golpe estratégico a la conducción política de la oposición revolucionaria.
Liev Davidovich Bronstein, Trotsky, había nacido el 26 de octubre de 1879 en Yanovka, Ucrania, en una familia de campesinos judíos. A los 19 años adhirió a las ideas marxistas y se sumó a la lucha contra la dictadura del Zar desde la Liga Obrera del Sur. Padeció largos exilios, tres de los cuales tuvieron lugar fuera de Rusia, de allí su seudónimo, que le fuera otorgado por uno de los carceleros que lo custodió en la inhóspita Siberia.
Debido a su gran entereza y convicciones ocupó papeles destacados en tres revoluciones -1905 y en febrero y octubre del 17- llegando a ocupar el puesto de presidente del soviet de Petrogrado. Sin tener experiencia ni educación militar, luego del triunfo de la revolución bolchevique, organizó y dirigió el Ejército Rojo, para el que reclutó a cinco millones de hombres y mujeres que vencieron a 14 ejércitos extranjeros durante la durísima guerra civil.
Trotsky había colaborado con Lenin en Londres en la redacción del primer periódico bolchevique, Iskra (Chispa), aunque luego de la ruptura entre estos y los mencheviques se distanció de Lenin por varios años, hasta que la Revolución los volvió a unir. En ese momento Trotsky apoyó las Tesis de Abril de Lenin, que empalmaban con su teoría más importante, la de la Revolución Permanente.
La síntesis entre ambos facilitó el triunfo revolucionario y la organización del proyecto más ambicioso, la Tercera Internacional, al servicio de extender la experiencia rusa en todo Europa y el resto del planeta. Es que para ellos no había ninguna posibilidad de derrotar al Capitalismo sin aplastarlo en todo el mundo, especialmente en los países más avanzados.
Trotsky entendía que la autodeterminación proletaria, como la que comenzó a desarrollarse a partir de la Comuna de París, era el arma más poderosa de la clase obrera, tanto para sus luchas como para construir el Socialismo, que no es otra cosa que un régimen basado en asambleas democráticas de la clase obrera y el pueblo pobre. Su lucha contra Stalin y la banda que se apropió del Estado Obrero y aplastó la democracia soviética, le valió la expulsión de la URSS, el exilio y la muerte.
Ya en México, en 1938, fundó la Cuarta Internacional, para mantener vivo el programa que llevó al triunfo a la clase trabajadora rusa, cuya esencia está continúa vigente. Es que los trabajadores -luego de años de control burocrático de sus organizaciones- han comenzado a recuperar sus herramientas de democráticas, las asambleas de base, que serán las columnas vertebrales de las próximas revoluciones.
El mejor homenaje a nuestro maestro es apoyar con todo a estos procesos de autodeterminación del movimiento de masas, para llevar allí, con audacia, las banderas del Socialismo en momentos en que el Capitalismo atraviesa el período de mayor decadencia en su historia. ¡Las ideas de Trotsky germinarán en ese terreno fértil, que es el de la revolución!
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